Catorce de agosto de dos mil catorce.
Momentos
que arañan el alma…
El calor doraba su piel intensamente. Dejó su bolso sobre la
arena y se adentró en el océano. Y de repente, lo vio. Allí estaba. Sentado
sobre la arena, riendo, jugando como un niño, con un cubo y una pala entre sus
manos. Y junto a él, una pequeña se deleitaba al contemplar los juegos que
amorosamente le ofrecía aquel joven. Y
reía también…
En ese instante, sintió
un arañazo en el alma. Y lo añoró. Añoró aquella noche, décadas atrás,
en la que tras muchos encuentros, fueron uno. Añoró aquella tarde en la que dijo
que no. Añoró aquellas cervezas cargadas
de sonrisas de complicidad. Y fue consciente de que lo había perdido. Su esperanza se desvaneció como la espuma del
mar. Había esperado durante años ese encuentro casual, y ahora que se había
producido, no sabía qué determinación tomar.
Manteniendo la calma salió del agua, tomó su bolso, (ni
siquiera perdió tiempo en ponerse de nuevo el pareo) y se dirigió al
chiringuito que se encontraba unos metros más allá. Instintivamente el joven se
levantó de la arena, se secó el sudor con una toalla, y tras besar brevemente a
una joven que se encontraba a su lado, tomó su cartera y se dirigió en la misma
dirección que ella.
Codo a codo ambos esperaban pacientemente la atención de la
camarera. Y ella volvió a sentir ese arañazo desgarrador en su alma. Y
entonces… lo miró. Y él la miró… Y por un instante que a ambos les pareció
eterno sus ojos se besaron intensamente como lo hicieron aquella noche.
El tomó
su cerveza y se marchó. Y ella se quedó allí, contemplando su marcha, con su
cerveza entre las manos, mientras él se alejaba para siempre, soñando con ese
beso infinito.
Soneto III
Áspero amor, violeta coronada de espinas,
matorral entre tantas pasiones erizado,
lanza de los dolores, corola de la cólera,
por qué caminos y cómo te dirigiste a mi alma?
Por qué precipitaste tu fuego doloroso,
de pronto, entre las hojas frías de mi camino?
Quién te enseñó los pasos que hasta mí te llevaron?
Qué flor, qué piedra, qué humo mostraron mi morada?
Lo cierto es que tembló la noche pavorosa,
el alba llenó todas las copas con su vino
y el sol estableció su presencia celeste,
mientras que el cruel amor me cercaba sin tregua
hasta que lacerándome con espadas y espinas
abrió en mi corazón un camino quemante.
(Pablo Neruda)
Cinco de agosto de dos mil catorce.
Atardecer playero en La Isla. El mar, símbolo de la vida, la soledad, el gozo, el eterno tiempo presente... Alberti, Celaya, Salinas, Aleixandre o incluso Baudelaire han cantado al mar, pero hoy le rendiremos un pequeño homenaje con las palabras del Nobel de literatura Juan Ramón Jiménez. El poeta, tras contraer matrimonio con Zenobia Camprubí y redescubrir el mar, publicará el Diario de un poeta recién casado (1916), titulado posteriormente Diario de poeta y mar. Se trata de una poesía sin anécdota, sin los «ropajes del Modernismo», una poesía estilizada y depurada, donde el poeta admira todo lo que contempla. Este poemario surge como fruto de su viaje a América. En el Diario, Juan Ramón experimenta con los temas y las formas, y abre una nueva corriente poética, que será explotada por algunos miembros de la Generación del 27.
"SOLEDAD"
En ti estás todo, mar, y sin embargo,
¡qué sin ti estás, qué solo,
qué lejos, siempre, de ti mismo!
Abierto en mil heridas, cada instante,
cual mi frente,
tus olas van, como mis pensamientos,
y vienen, van y vienen,
besándose, apartándose,
en un eterno conocerse,
mar, y desconocerse.
Eres tú, y no lo sabes,
tu corazón te late, y no lo siente...
¡Qué plenitud de soledad, mar solo!
Cuatro de agosto de dos mil catorce.
Hoy, navegando por la red entre blogs de poesía, me he tropezado por casualidad con este maravilloso poema de Francisco Villaespesa, el cual acompaño con una bonita fotografía que tuve ocasión de tomar en las minas de Mazarrón hará ahora un mes. Viendo el éxito del texto de Benedetti, me animo a subir un poema más:
CANCIÓN DEL RECUERDO
Igual que en un sepulcro me he encerrado
en tu eterno recuerdo, y en él vivo,
la frente entre las manos, pensativo,
evocando las glorias del pasado.
¿Será posible que un amor tan fuerte
se haya para mi amor desvanecido?
¡El amor es más fuerte que la Muerte,
y la Muerte más fuerte que el olvido!
Largas horas de espera... Eternidades
que llenan de ansiedad mis soledades.
Solo y soñando con tu amor me tienes;
solo y soñando con tu vuelta muero...
Si nunca has de venir, ¿por qué te espero?
Y si te espero aún, ¿por qué no vienes?
AMOR LLORABA, Y YO CON ÉL GEMÍA...
Amor lloraba, y yo con él gemía,
del cual mis pasos nunca andan lejanos, viendo, por los efectos inhumanos, que vuestra alma sus nudos deshacía. Ahora que al buen camino Dios os guía, con fervor alzo al cielo mis dos manos y doy gracias al ver que los humanos ruegos justos escucha, y gracia envía. Y si, tornando a la amorosa vida, por alejaros del deseo hermoso, foso o lomas halláis en el sendero, es para demostrar que es espinoso, y que es alpestre y dura la subida que conduce hacia el bien más verdadero.
EN LA MUERTE DE LAURA
Sus ojos que canté amorosamente,
su cuerpo hermoso que adoré constante,
y que vivir me hiciera tan distante
de mí mismo, y huyendo de la gente,
Su cabellera de oro reluciente,
la risa de su angélico semblante
que hizo la tierra al cielo semejante,
¡poco polvo son ya que nada siente!
¡Y sin embargo vivo todavía!
A ciegas, sin la lumbre que amé tanto,
surca mi nave la extensión vacía...
Aquí termine mi amoroso canto:
seca la fuente está de mi alegría,
mi lira yace convertida en llanto.
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